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Tres historias locales, un esfuerzo mundial
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Miles de personas de la región de Sindhudurg dependen del océano para su sustento, y muchos en esa zona todavía tienen problemas económicos. A través de su criadero en el manglar, Samiksha Gopal Gawker ha ayudado a mantener no solo a su familia, sino a toda la comunidad. Es miembro de en India se conoce como ‘grupo de autoayuda’, hombres y mujeres que se reúnen para ayudarse unos a otros haciendo un fondo común con sus ingresos. “Después de abrir una cuenta en el banco, comenzamos a depositar mensualmente 100 rupias por persona”, explica. “Si alguien necesita dinero, usamos esta cuenta para dárselo”.
Los lazos comunitarios más sólidos se han formado entre las mujeres del grupo de criadores. “Yo venía de Mumbai, y no tenía idea de cómo trabajar en el barro. Tuvimos muchas dificultades, pero fue divertido hacerlo en grupo”, dice Gawker. “Por ejemplo, si alguien se caía, nadie se reía sino que lo asistían. Si alguien no podía hacer algo, le sugeríamos tomarlo con calma y tomar un descanso. Todo el grupo ofrecía mucho apoyo”.
No es de asombrarse que Emmanuel Nzau se sienta personalmente involucrado en el éxito del proyecto. Nzau es pescador desde hace casi 40 años y ahora mantiene a seis hijos que todavía están en la escuela. “En la aldea no todos son pescadores”, explica. “Nuestras madres y esposas plantan yuca y cebollas en la casa, pero lo que nos ayuda a mantenernos es la pesca”.
A medida que el océano va cubriendo las costas de todo el mundo, Nzau está
comenzando a ver que el recurso del que depende para sobrevivir amenaza su supervivencia de dos maneras directas: como el mar cubre rápidamente la tierra y amenaza a su comunidad, él debe adentrarse más en el océano para tener buena pesca, lo que lo hace vulnerable al impredecible clima. “Cuando era niño, el océano estaba a 100 metros de la aldea después de una bajada y no había perforaciones costa fuera como vemos ahora”, recuerda Nzau. “Hoy vemos que el océano avanza hacia la aldea”.
Gutiérrez y sus colegas pescadores han aprendido a sacar partido de la tendencia natural de las algas de reproducirse en un laboratorio. Gracias a estas algas han repoblado los 25 acres de océano dedicado al proyecto, creando prácticas de cultivo muy eficientes y sostenibles en una comunidad que hasta ahora había sobreexplotado. Hemos creado un plan piloto que funciona. Nosotros, las cinco asociaciones, estamos dedicados exclusivamente a este tipo de trabajo”, explica Gutiérrez.
La industria de las algas ofrece una serie de productos para uso humano directo e indirecto en todo el mundo, y se estima que su valor total es de US$ 10.000 millones por año. El objetivo de Gutiérrez es mantener esta industria independiente del Gobierno, garantizando así un ingreso para él y para los demás pescadores. “Queremos agregarle valor al producto, pero también queremos mejorar nuestra calidad de vida y decirle al gobierno que las comunidades pesqueras no administrarán mal los campos de algas. Queremos volver a poblar las algas para ganarnos la vida porque estamos dedicados a este producto”.